
«La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades».
Esta definición de la salud, adoptada por la Conferencia Sanitaria Internacional, celebrada en Nueva York del 19 de junio al 22 de julio de 1946, ha recobrado, si cabe, mayor importancia, en pleno 2022, y sobre todo, desde la explosión de la pandemia, en 2020.
La declaración del estado de alarma, el confinamiento, los toques de queda, las mascarillas, el distanciamiento social, la metódica dispensación del gel hidroalcóholico… todas estas fueron medidas que se decidieron adoptar con el fin de preservar nuestra salud y la salud también del propio sistema sanitario, al borde del colapso ante el abatimiento ola tras ola…
Ahora bien, “la salud mental y social”, fueron delegadas a un segundo plano, y las consecuencias no han tardado en hacerse notar.
“Depresión, ansiedad, trastornos alimentarios, trastornos por déficit de atención e hiperactividad… La pandemia ha triplicado el número de trastornos mentales entre niños, niñas y adolescentes” según los datos del último informe “Crecer Saludable(mente)” de la ONG Save the Children (Diciembre 2021).
En nuestro programa (Equipo de Apoyo a la Comunidad), intervenimos con muchos/as adolescentes y sus familias, y hemos observado cómo de manera exponencial crecen el nombre de personas que precisan de un apoyo psicológico o psiquiátrico, y que esta tendencia se observa de manera transversal en todos los estratos sociales.
Sin embargo, nos encontramos con un sistema de salud mental incapaz de poder dar respuesta a esta acuciante demanda, con falta de personal sanitario y falta de recursos económicos y materiales, lo cual suele traducirse en una baja frecuencia de visitas que puede acabar incluso con una sobremedicación.
La pandemia, el confinamiento, el encierro de cada persona consigo misma, ha obligado a hacer un ejercicio de introspección que a muy pocas personas ha dejado indiferente. Es en este “mirarse uno/a mismo/a” donde se han puesto de manifiesto muchos malestares que la rutina y el “ruido” de la cotidianidad camuflaban. En algunos casos se ha podido correr “un tupido velo” antes las “revelaciones” que cada uno pudiera tener. Sin embargo, en otros casos, el malestar que emergió ha venido para quedarse, y precisa ser atendido desde el respeto y la más estricta profesionalidad, pero estamos comprobando que en la mayoría de casos, queda en espera, perdido en la burocracia de un sistema de salud mental gravemente debilitado, y obstaculizando, en el caso de muchos y muchas adolescentes, la posibilidad de aprender de él (conflicto/malestar) y continuar creciendo para ser las futuras personas adultas de la sociedad que está por venir.