S.A.D UN RECURSO FUNDAMENTAL

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A nivel mundial se está produciendo un proceso acelerado de envejecimiento de la población en todas las zonas geográficas y en todos los países, aunque es más fuerte en los países con un alto índice de desarrollo humano, entre los que se encuentra España. Son dos los factores que están influyendo en esta situación: la disminución de la tasa de fecundidad y el incremento progresivo de la esperanza de vida.

El fenómeno del envejecimiento no es ajeno a la realidad española que, con una esperanza de vida de 82,1 años, se sitúa como uno de los países donde esta es más alta. Según el Instituto Nacional de Estadística, de los más de 46 millones de personas que residen en España, el 18,4% tiene 65 y más años. En relación con el sexo, predominan las mujeres en un porcentaje mayor que en otros tramos de edad. Así, en España las mujeres suponen un 57,1% del total de personas con más de 64 años.

Muchas de estas personas presentan, o presentarán en un futuro cercano, lo que se denomina fragilidad, que es un término cada vez más utilizado entre los profesionales que atienden a las personas mayores. Y aunque existen varias definiciones de fragilidad, lo que sí está consensuado, es que “la fragilidad es un estado fisiopatológico que predispone al anciano que la tiene a una mayor vulnerabilidad a tener enfermedades y efectos adversos, derivada de una falta de mecanismos compensadores y pérdida de homeostasis, debido a un declive en múltiples sistemas corporales (muscular, inmune, neuroendocrino, vascular) con disminución de la reserva funcional”. Según el Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud la fragilidad se asemeja a un estado de pre-discapacidad, en el que hay un riesgo elevado de desarrollar alguna discapacidad y se ha convertido en un buen predictor de esta y de eventos adversos en las personas mayores.

En un porcentaje muy alto las personas usuarias del Servicio de Ayuda a Domicilio (SAD) son personas mayores que presentan este estado de fragilidad o tienen un importante riesgo de padecerlo en un futuro. El SAD se basa en el planteamiento de mantener el mayor tiempo posible a las personas mayores en su entorno habitual cubriendo aquellas necesidades que puedan surgir derivadas de situaciones de dependencia. En este sentido, se configura como uno de los servicios clave incluidos en la Ley de Autonomía Personal y Atención a las Personas en Situación de Dependencia (LAPAD). Según el Sistema de Información del Sistema para la Autonomía y Atención a la Dependencia (SISAAD), el SAD ocupa el tercer lugar dentro del catálogo de prestaciones recogidas en la LAPAD.

El SAD ofrece ayuda personal y una serie de servicios en el domicilio a personas que tienen un cierto nivel de dependencia o que sufren una crisis personal o familiar. Con este servicio se pretende que esta persona tenga un grado adecuado de independencia o autonomía en la realización de las actividades de la vida cotidiana. Y aunque no es un servicio exclusivo para las personas mayores, en torno al 90% de las personas usuarias del mismo lo son.

Algunas de las características del SAD son las siguientes: se trata de un programa individualizado, ajustado de manera diferenciada a cada persona usuaria; las actividades no son meramente asistenciales sino que tienen que tener un componente preventivo y rehabilitador; las intervenciones incluyen atención personal y doméstica, apoyo psicosocial y relaciones con el entorno; dichas intervenciones se llevan a cabo por profesionales, de tal manera que interviene personal preparado para este fin; y todo ello realizado en el domicilio de la persona que recibe el servicio.

Tal y como se señala por el IMSERSO, “el objetivo básico del SAD es incrementar la autonomía personal en el medio habitual de vida (…) pretende desarrollar al máximo las posibilidades de la persona mayor de continuar controlando su propia vida, aunque se trate de alguien que es dependiente para determinadas actividades de la vida diaria”. Se trata de un servicio que está prácticamente implantado en todos los municipios, que es muy conocido y está valorado muy positivamente por los usuarios y familiares y ha demostrado su utilidad para garantizar la calidad de vida de las personas mayores. A todo esto, hay que añadir que ha generado y genera una gran cantidad de empleo, fundamentalmente femenino.

Las tareas más frecuentes del SAD son el aseo e higiene personal, el apoyo para la movilidad, la limpieza de la vivienda y el acompañamiento. Esto último está relacionado con el alto porcentaje de personas que manifiesta un sentimiento de soledad, por lo que se hace necesario potenciar la participación en la comunidad y las relaciones sociales. A pesar de que cuentan con apoyo familiar este parece no ser suficiente.

Un importante porcentaje de personas usuarias sufren caídas, siendo reiterativo este hecho, lo cual puede estar relacionado con el “síndrome del temor a caerse” y con la accesibilidad del domicilio que en algunos casos no es la adecuada.

Por otro lado, la mayoría de los hogares tienen una accesibilidad básica y sin embargo las personas atendidas necesitan apoyo para la movilidad, esto supone la no existencia de adaptación del entorno, tanto a nivel físico como organizativo y de planificación. La persona que atiende en el domicilio tiene un rol clave como agente de entrenamiento preventivo, donde los proveedores de servicios y los poderes públicos sean promotores de ello a través de la regulación, gestión de servicios y facilitando formación relacionada con la materia.

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